...EL RINCÓN LITERARIO
DE MARISA GARRIDO
AIRE
Ya
no molesta la dureza de la madera. Llevo meses amoldándola a mi ser. Los
primeros días me guardaba para casa los dolores en la espalda y mis entumecidas
piernas respiraban al entrar en ella. Recuperaba mis achaques y el día volvía a
nacer. Deseaba que llegase la tarde, sentarme y esperar a que sus ventanas
tuviesen movimiento. Disfrutaba con el vaivén de las cortinas en las tardes de
viento. Imaginaba la corriente llegando a su habitación, su ropa tendida en el
suelo y su cuerpo desnudo. Unos pasos hasta el baño y el agua recorriendo sus
curvas. Entonces, un libro ocultaba mi apetito. Mi compañero diario, cómplice
de mi deseo. Contaba los segundos que restaban a su aparición. Persianas
bajadas y en minutos aparecía en el parque. El libro ocupaba su lugar. Las
letras aparecían inconexas y las páginas volaban sin lectura, porque ella
llegaba.
Aparecía
con sus pantalones escasos, sus camisetas apretadas, su perrito mini y su angelical
rostro. Los primeros meses el banco fue mi refugio. Mi rincón donde observaba sus
movimientos. Perfectos. Tiernos. Calurosos. Se rodeaba de gente. Sonrisas y arrumacos
a los canes. Se convirtieron en un asiduo grupo diario. Y yo, degustando sus
risas y su voz que se grabó por siempre. Era dulce, suave, tierna. Una voz que
podría comerse. No podía dejar de pensar en su imagen, sus curvas, su voz. En
ella. En Dalia.
No
era amigo de los canes. Y pensé en adquirir uno. Podría acercarme a ella y
tener su voz solo para mí. Lo estuve meditando. Y no. Yo era suficiente para estar
a su lado. El banco dejó de ser mi refugio y quise pasear con mi libro a su
lado. Logré ser miembro de su círculo. Escuchaba con interés sus diálogos.
Siempre alrededor de sus mascotas. Siempre ellos y cero de sus vidas. Yo intentaba
abrir su mundo y que Dalia me conociese. Me empapé de sus conocimientos y participé
en sus tertulias. Empezó a sonreírme. A acariciarme el brazo. A apretar mi mano.
Y a atender mis historias. Mis libros. Mi lectura. Mi trabajo. Hablamos de un
lugar en mi empresa. Fantástica idea. Yo
trabajaría antes de que el sol despertarse sin esperar un final. Ella llegaría
a nuestro hogar pasado el mediodía. Aceptaría a su can. Llegaría a quererle.
Todo era poco por su amor. Era perfecta en mi vida. La mujer con la que vivir
cada segundo. Mi sueño de cada día.
*Ilustración: Vanesa Ortiz |
Y
hoy sigo aquí. En el banco. La madera es incómoda. Pero espero a que las
persianas se bajen. Que aparezca. La última vez.
Podría
acercarme a su grupo y hablarles de Dalia.
Podría
hacer eco de sus palabras:
“Jamás
pienses que voy a estar contigo…”
“Eres
feo...”
“Estúpido…”
“Odio
tus gafas…”
“Tus
libros…”
Un
lugar en tu empresa: mi deseo.
Y
lo sabrán. Su círculo.
Tarde o temprano encontrarán el aire que ella les roba.
*Autora: Marisa Garrido
*Ilustración: Vanesa Ortiz.
*Todos los derechos reservados.
*Queda prohibida toda copia o reproducción.
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