Buenas tardes, amigos y amigas BLOGUEROS. Tal y como os prometimos ayer en la entrevista a la escritora Marisa Garrido, hoy se estrena con nosotros en su sección semanal CARICIAS Y PALABRAS, un rincón más de este rincón cultural, donde todos los viernes nos sorprenderá con un hermoso relato. Y se estrena con PAREDES, un tierno y a la vez duro relato, cuya sipnosis, la propia autora nos ha resumido así: "Cuando el amor supera a la libertad".
Su deseo y el nuestro por supuesto, es que os guste y sobre todo, que os hagáis fieles seguidores de esta magnífica escritora y del BLOG, naturalmente. Y ya sin más y para tod@s vosotr@s y de la PLUMA de MARISA GARRIDO: PAREDES.
¡DISFRUTAD DE LA LECTURA!
Y
PALABRAS
"EL RINCÓN LITERARIO DE
MARISA GARRIDO"
PAREDES
¡Qué
fácil y goloso! Manuel me lo había asegurado:
—Sandra,
solo tienes que facturar tu equipaje y tu tripa de embarazada hará el resto.
Habíamos
pensado instalarnos en Madrid. No en el centro, no. Manuel me había dicho que
era caótico, demasiado ruido, demasiadas prisas para nosotros y nuestro bebé.
El había pensado hacerlo en un barrio cercano, una vivienda pequeña, un parque
cercano y mucho amor. Yo ardía por esos momentos y el miedo era nublado con las
imágenes de felicidad que íbamos a vivir. Después del asunto pasaríamos unos
días en Asunción, cogeríamos por separado un avión y dejaríamos para siempre
Paraguay.
No
llegamos a ir a mi país, no llegamos a salir de España. Mi abultada tripa y mi
rostro cansado y andares torpes no hicieron que pasase desapercibida. Con una
caricia en el brazo me invitaron a acompañarles. Busqué desesperada la figura
de Manuel pero se había desvanecido entre la gente. No callé la verdad, no
podía hacerlo. El polvo blanco en mis pertenencias era innegable, pero no le
delaté. Por mi sola ya era culpable.
Me
condenaron a 10 años e ingresé en una prisión para presas con hijos. Mi
habitación era agradable, de color rosa y con adornos de ositos y princesas en
las paredes. Tenía mi propia mesita de noche, mi armario y mi espacio para colgar fotos y recuerdos.
Pero no tenía ninguna de las dos cosas. Esperaba a que Victoria naciese para
saturarnos de fotos los tres juntos y los recuerdos endulzaban mis pensamientos
cada día. Así que mi lugar estaba vacío. Y mi vida parecía estarlo también. No
quise hacer amigas y no hablaba demasiado, cumplía las órdenes, los horarios y
comía lo indicado por mi salud y el bien de mi pequeña. En los ratos de ocio me
tumbaba en mi cama y mimaba mi barriga, tenía largas charlas en mi mente con
Victoria, le relataba momentos con su padre, risas, nuestro primer encuentro, nuestro
primer beso y primera vez. Sabía que ella me escuchaba y que entendía mis
palabras de adulta.
Y un
día, entre dolores inundados en alegría, vi su carita. Y mi rincón empezó a
llenarse de fotos, las funcionarias nos las hacían juntas, ella sola ó con ya
muchas de mis amigas, Victoria con su primer baño, su primera sonrisa, sus
primeros pasos y sus primeras palabras en mis recuerdos para siempre. Los días
se llenaron de lloriqueos, juegos y sonrisas de bebés y me obligué a disfrutar
de los momentos. Aprendí a querer a muchas de mis compañeras, a deleitarme con
sus palabras y a divertirme con sus historias. Cada día de visitas sus nombres
eran anunciados y de la mano de sus hijos les acompañaban a visitar a sus
familias. Yo esperaba escuchar mi nombre y que Manuel me regalase las sonrisas
perdidas, pero siempre me quedaba guardando la habitación a la espera del
próximo día. Mis amigas no tenían halagos para él. Me desengañaban e incitaban
a apartarle de mi mente pero siempre le protegía y guardaba en mi corazón su
ternura. Manuel se habría alejado para resguardarse y no caer en las garras de
otras paredes. Sabía que había sido su motivo y que volvería para conocer a
Victoria y estar juntos de nuevo.
*Ilustración cedida por la pintora Silvia Art'Disoni
Pero los
años pasaron entre pañales, guiños y abrazos y Victoria cumplió tres años. Me
obligaron a levantarme ese día. No quería desprenderme de mi hija. Ella había
sido mi sol y no soportaba la idea de respirar sin que estuviese a mi lado. Se
alejó abrazada a un juguete y sonreía deseando llegar a la sala de juegos que le
habían prometido. Yo resistía mis lágrimas y le lanzaba besos que tardarían en
llegar a su mejilla.
Volvería
a verla, con los minutos contados, un abrazo interminable y unos besos que
aguantarían hasta la próxima visita. Pero
no sería testigo de sus siguientes palabras, sus descubrimientos, su vida…
Y lo haría en otro lugar, en otra
prisión, donde mis soles se convirtieron en tormentas, donde las amigas no
existían y las compañeras había que mantenerlas lejos.
Empezó a
gustarme el silencio, tan solo hablaba cuando era necesario y cuando Victoria
me visitaba con su cuidadora. Tenía siete años más en esas paredes grises y
oscuras, llenas de lamentos y arrepentimiento. Esperaba ansiosa y paciente el
momento de mi marcha, sería antes con suerte… y mi pequeña estaría a mi lado. Estaba
sola en este país, pero a su lado todo sería posible.
Cada día
me preguntaba si volvería a ser capaz de hacerlo. Y Manuel venía a mi vida, a
mis recuerdos y mi amor por él.
Y me
encontraba con la misma respuesta. Sí, volvería a hacerlo, siempre por él.
*Autora: Marisa Garrido
*Texto protegido por la Ley Intelectual, todos los derechos reservados.
*Imágenes cedidas por las autoras exclusivamente para esta entrada,
quedando prohibido cualquier copia o reproducción.
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