CRIATURAS DE LA VIDA
Qué soy yo,
sino una criatura de la
vida,
un ser humano nada
más,
caminando por un sendero de
espinas
gélido y umbrío que parece
no tener final.
Busco la luz que ilumine
esas preguntas,
cuyas respuestas están
sumidas
en una silenciosa oscuridad.
Y todo cuanto encuentro.
son rostros sin nombre,
rostros con lágrimas en los
ojos
y desesperación en la
mirada.
Caras y cuerpos rotos por el
hambre,
rotos por la
enfermedad,
desgarrados en el
abatimiento,
y sumidos en el
desaliento.
Caras y cuerpos sin nombres
que al poco se olvidan
pues no dejan de ser
sólo
una noticia más
que al rato se
olvidarán.
Y para mi asombro contemplo,
que el mundo sigue girando
sin más.
Prosiguiendo su curso
sin preocuparse del profundo
dolor
que aflige a la humanidad.
Olvidan que también son
humanos,
que te mate el hambre, una
epidemia,
o la bomba de una
guerra,
solo es un juego del azar,
un regalo de la vida nada
más,
pues todo depende,
de que el lugar donde
nazcas,
esté marcado por la fortuna
o la fatalidad.
Y también olvidamos
que el infortunio, la
desdicha y la adversidad,
por desgracia, es sólo
patrimonio de los débiles,
pues los poderosos no
pierden jamás,
y que la desolación del
mundo es su mejor baza,
con la que negocian y
comercian sin impunidad.
Son traficantes de destinos,
saqueadores de ilusiones y
futuros,
ladrones de esperanzas,
bandidos despiadados
sin escrúpulos ni dignidad.
Forajidos de esta nueva era,
a los que el dolor
ajeno no les inmuta.
Son gajes del oficio,
naturalmente.
Un simple y lógico “daño
colateral” más.
En esta nueva guerra del s.
XXI,
una guerra silenciosa,
una guerra mucho más letal.
Una guerra sin ideología
política,
una guerra sin un Dios que
alzar a un altar.
Estos nuevos Generales
de esta nueva guerra sin
igual,
las medallas que lucen en
sus casacas
no les han sido otorgadas
por su heroicidad.
Sus batallas no las libran
en campo abierto,
las libran en modernos y
cómodos despachos
rodeados del más ostentoso
lujo,
protegidos con la máxima
seguridad.
Y en esos nuevos cuarteles
de esta nueva era,
se reparten las riquezas del
mundo,
aplicando aquello de:
“quién reparte se lleva la mejor parte”.
Prosiguen engrosando sus patrimonios
y sus cuentas corrientes,
prosiguen ahogando al más
débil,
aplastando al menos fuerte.
Más de medio mundo se muere
de hambre,
o asesinados por ejércitos,
armas
y bombas cada vez más letales,
y el otro medio mundo
mira para otra parte.
Y cada vez
son más los pobres,
y cada vez
son más grandes
las diferencias de clases.
Y nosotros,
criaturas de la vida,
criaturas frágiles y
vulnerables,
debemos seguir luchando,
sin rendirnos, sin
callarnos.
Apostando por un mundo
distinto,
un mundo mejor
que dejar a nuestros hijos.
Un mundo donde todos y
todas,
tengamos las mismas
oportunidades.
Un mundo justo de verdad,
donde nuestras vidas no
dependan
de unos cuantos
mangantes.
Autora: María Barbancho.
Todos los derechos reservados.
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